17/10/10

Un clásico domingo

Los llamados eran pocos. Era domingo y muy temprano me encontraba trabajando. Como suele suceder el fin de semana, eramos pocos en el sector. Sin embargo en esa escasez de operadores, convivían un hincha de Racing y una de Independiente. Dato no menor, si se tiene en cuenta que ese despejado domingo de octubre se jugaría el clásico de Avellaneda. La mañana transcurrió tranquila hasta que llegó el momento del partido.
El encuentro comenzaría a las dos de la tarde. Ganar era crucial para ambos equipos, sobre todo para el Rojo que estrenaba técnico. Había que llevarse los tres puntos si o si. Los 21 partidos que hasta ese momento Independiente le llevaba de ventaja a su clásico rival, daban un poco de aire y generaban ciertas esperanzas en la parcialidad roja. Sin embargo, tras una racha ganadora de tres partidos, los hinchas de la Academia, estaban convencidos que ese seria su clásico.
Lógicamente los operadores no pueden escuchar música en horario laboral, por eso cada uno tenia sintonizada la radio desde el celular, mientras compañeros de otro sector lo ponían con el volumen bajo. El almuerzo ya había pasado y el silencio se apoderaba del edificio. Sólo se escuchaba la voz del relator, quien anunciaba constantemente la peligrosidad de los ataques de Racing, mientras Independiente sólo atinaba a refugiarse en las espectaculares atajadas de un arquero inspirado: Hilario Navarro.
Todo el primer tiempo fue de la Academia, sin embargo sobre el final del primer tiempo quedo claro que las paternidades existen. El relator estalló en un eterno grito de gol y mantuvo la intriga durante varios minutos. Mientras el operador de Racing hacia esperar en linea a un usuario, la hincha de Independiente escuchaba atentamente la radio convencida que nada malo podía haber pasado. Cuando finalmente el relator decidió develar el misterio, todo quedo en claro: el cabezazo del juvenil paraguayo Cristian Baez, sorprendió a De Olivera para ubicarse junto al palo izquierdo del arquero racinguista. De esa manera, sin merecerlo Independiente se fue al descanso con la mínima de ventaja y yo me retiraba del trabajo porque el reloj ya había marcado las tres de la tarde.
Ya había abandonado mis labores, pero en el colectivo iba atenta al resultado del partido. Tras una mañana de nervios, finalmente estaba en condiciones de enviar el mensaje que aguardaba en mi bandeja de salida. "Otra vez será", le envié a mi compañero, quien mientras lidiaba con los clientes, me hacia notar que la figura del partido había sido un ex Racing. Esa vez no respondí, no podía rebajarme a semejante muestra de resentimiento y bronca. Ya era inútil seguir discutiendo, el resultado dejaba todo bien clarito: una vez más el clásico de Avellaneda se pintaba de rojo.

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