11/9/10

Domingo en el call center

Apenas puedo abrir los ojos. Los primeros rayos de sol ingresan por mi ventana. De a poco se va haciendo de día. Miro el despertar que indica que son las siete de la mañana. No seria tan grave, si no fuera domingo. En la calle no hay nadie, sólo el diariero madruga a la par mía. Por suerte el colectivo viene rápido, en realidad, ya conozco el horario, por eso cinco minutos antes de las ocho estoy firme en la parada. Sin embargo, no es mi día. Miro el cartel que anuncia: hasta Puente Saavedra. No me sirve, tengo que esperar el que diga Plaza Italia.

Buen día habla Ana, repito casi automáticamente apenas levanto el tubo. La persona al otro lado de la línea se comunica para solicitar una información, le digo que tome nota. No tiene para anotar. Y no hay nada que me ponga más nerviosa. Lección básica: si llamas para pedir un dato, llama con una birome. Tengo la teoría que el dedo índice me quedará como el antebrazo de un tenista. Es la parte del cuerpo que más ejercito durante el día. Atender y cortar constantemente aumentará sin dudas el tamaño de mi falange.

Los primeros días del mes son los peores. Era domingo, pero habia 15 llamadas en espera. Los minutos eran interminables y un sólo deseo pasaba por mi mente: irme. A las doce tendría mi momento de respiro, pero recien eran las once. Segui atendiendo intentando que mi intolerancia y cansancio no se hiciesen notar. Era raro pero todos los clientes me repetian: no te enojes. Evidentemente, no lo estaba logrando.

Finalmente el télefono marcó las 12. Me levanté de la silla y huí a la cocina. La media hora se pasó rápidamente, casi sin que me diera cuenta. Eran las doce y media y debia volver a mis labores. Hay una ley en el call center que siempre se cumple: el primer llamado después del break, suele ser el peor del día. El usuario no entendía lo que yo intentaba explicarle, diez minutos estuvimos dando vueltas sobre lo mismo, hasta que finalmente con un “eso es todo señor”, logré darle fin a la conversación.

Las dos de la tarde. El momento que todos los operadores esperan. La siesta se hace presente y el caudal de llamadas baja notablemente. Tres minutos sin atender a nadie, todo un record. Mi compañero se encarga de pedir el almuerzo. Por suerte ya me queda una hora. Entre porciones de pizza y seven up se hacen las tres menos dos minutos. Mientras introduzco un pedazo de faina en mi boca, un tono retumba en mi oido. Es la señal que tengo un cliente en línea.

“Buenas tardes habla Ana”. La llamada es esa que nunca hubiera querido atender. Un problema complejo al cual no logro encontrarle la solución. Le pido al usuario que me aguarde mientras verificó que puede estar pasando, pero no puedo dar con la respuesta adecuada. Los minutos siguen pasando y aquel deseo de irme, cada vez se torna más inalcanzable. El reloj marca las tres y media. Esto que parece una pesadilla es la cruel realidad. El cliente no parece tener intenciones de rendirse y continua en linea. Le digo que me aguarde. La llamada se corta. Es mi momento. Cierro las aplicaciones, me deslogueo del teléfono, saludos a mis compañeros y me retiro. Ficho en la salida y bajo por el ascensor. Por fin estoy fuera, mañana será otro día.

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