22/9/10

La llamada de todos los días

“Buenos días, mi nombre es Mauro”, se escuchó a un lado del teléfono. Del otro una mujer agitada y al borde de un ataque de nervios respondió: “El cajero me retuvo la tarjeta”. Eran las nueve de la mañana de un domingo que aparentaba tranquilo. El calendario marcaba diez de abril y eso a su vez indicaba que el sueldo estaría depositado en el banco.

Como suele acostumbrar, Ester se levantó temprano y puso la pava al fuego hasta que ese chiflido insoportable anunció que era el momento de retirarla. Se cebo dos o tres mates, hasta que la yerba fue desapareciendo, y luego emprendió el camino hacia el Banco Provincia de Buenos Aires.

Llegó a la sucursal más cercana e introdujo la tarjeta, mientras el cajero le daba la bienvenida. Completó la operación sin inconvenientes. Sin embargo, inesperadamente la alarma del cajero comenzó a sonar, enloqueciendolo. Las manos comenzaron a sudarle, mientras se daba cuenta que no podría recuperar su plástico de manera tan sencilla. Un teléfono apareció en la pantalla. Para su tranquilidad, indicaba que ante cualquier inconveniente se comunicara sin aceptar ayuda de terceros.

Tal como figuraba en el cajero, se comunicó. Mauro respondió a su urgencia. “Dígame señora, ¿de qué banco es su tarjeta?”. “Banco Provincia”. “¿Provincia de Buenos Aires?” “No, de La Plata”. “¿El cajero le dio algún ticket que diga tarjeta capturada o retenida?”. “Sisi, me dio un ticket”. “¿Pero dice tarjeta capturada o retenida?”. “No, no, no dice nada. Te explico: Hoy me levante, me vestí, desayune, después puse la llave en la puerta, la gire dos veces y salí. Camine tres cuadras a la derecha y dos a la izquierda para llegar al banco. Abrí la puerta, camine dos pasos y puse la tarjeta, ingrese mi clave, hice la operación y de repente el cajero no me devolvió la tarjeta”. “Señora, en estos casos si el cajero no le dio ticket de captura hay que dar de baja el plástico, porque sino queda en riesgo su cuenta”. “Pero tengo que cobrar nene, cómo hago para retirar mi dinero. Yo te rompo todo el cajero. Que me devuelvan la tarjeta ya”, insistía y amenazaba el cliente mientras un calor cada vez más profundo se apoderaba de su cuerpo.

“La tarjeta hay que darla de baja”, seguía anunciando el operador. Del otro lado no obtenía respuesta. Ya habían pasado siete minutos desde que había comenzado la comunicación. “Señora, ¿qué hacemos? ¿La doy de baja o bajo su responsabilidad la reclama el lunes en el banco?”, consultaba Mauro mientras observaba el teléfono que indicaba 40 llamadas en espera. Para ese entonces Ester continuaba en el cajero, como si el paso del tiempo le brindara alguna solución. La cola fuera de la sucursal era cada vez más larga y la gente estaba cada vez más impaciente. Quince minutos, marcaba el contador del celular de Irene. Finalmente se decidió: “Bloquéame la tarjeta”. Sin embargo esta vez la que no obtuvo respuesta fue ella. La comunicación se había cortado y esta vez la operadora de Personal anunciaba que su saldo era insuficiente para realizar nuevamente la llamada.

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